19 abril 2009

LOS INSTRUMENTOS TIFLOTÉCNICOS Y SUS PRECIOS

Por Pedro Zurita

En la sociedad ideal que tenemos el deber y la voluntad de construir, los
servicios y productos hand de ser diseñados y fabricados pensando en la
variedad de personas que serán sus usuarios potenciales. Esto es lo que se
llama diseño universal. Las organizaciones de y para personas con
discapacidad no dejan de lado este objetivo, pero las realizaciones
prácticas de esta cosa maravillosa  no son, por desgracia, numerosísimas. Si
muchos de los aparatos que nos resultan útiles fuesen del mercado general
sus precios serían considerablemente menores, pues como muchos han señalado
sus cifras de mercado en una economía mundializada serían generalmente muy
grandes.

En diciembre de 1995, cuando yo era secretario general de la Unión mundial
de Ciegos, tuve la inmensa fortuna de poder mantener en Tokio una reunión
con varios altos directivos de Sony. Parece ser que mi intervención produjo
en ellos una impresión muy positiva. A partir de ese momento sostuve una
relación frecuente y activa con el departamento de relaciones con los
usuarios de Sony. Me pidieron que grabase un vídeo para un seminario interno
destinado a ingenieros de la casa en el que señalase de manera concreta los
productos que yo conocía, que yo tenía de ellos, e indicase los puntos de
accesibilidad y las características que podrían facilitarnos enormemente el
manejo de esos dispositivos. Señalé, por ejemplo, el que algunos aparatos
que ellos sacaban de fábrica con voz sintética no aplicaban ésta en
funciones esenciales.   

Mi experiencia de aquella colaboración con Sony tuvo como resultado la
fabricación por ellos del magnetófono de cuatro pistas y dos velocidades.
Hubo que renunciar a dos objetivos: que el magnetófono no sólo reprodujese
en cuatro pistas y dos velocidades sino que también grabase en esa modalidad
y que lo comercializasen a través de sus circuitos generales de ventas, pues
yo les argúía que, si bien para las personas ciegas tenía un interés muy
específico para otros, periodistas, por ejemplo, podría ser interesante el
poder grabar en una misma casete durante más tiempo.

Expresé mi satisfacción por que hubiesen hecho ciertos aparatos, recuerdo,
por ejemplo, una platina de Minidisc, en la que se podía activar a
discreción una opción según la cual el manejo del dispositivo era perfecto
mediante guías sonoras. Eso mostraba de forma fehaciente que poseían los
conocimientos y las capacidades adecuados para realizarlo, pero era
imperativo que diesen un paso más. No había que circunscribir esa ventaja
hacia un modelo o unos pocos modelos concretos. Era indispensable que esa
opción estuviese presente en todos los equipos que fabricasen a partir de un
determinado momento para que el potencial cliente con discapacidad visual
eligiese el aparato que le interesase en razón de sus características
específicas.

En el camino hacia ese mundo para todos, hemos de darnos por satisfechos
ante el hecho de que muchas personas desplieguen ingenio y creatividad para
contribuir a aprovechar mejor nuestras capacidades. Hay, pues, también un
mercado específico. En términos absolutos es sencillo imaginar que el coste
de los productos confeccionados pensando únicamente en las personas que no
ven nada o ven muy mal es considerablemente más elevado. Muchas de las
empresas que se encargan de la distribución de estos aparatos son entidades
sin ánimo de lucro, en ocasiones subvencionadas. El punto débil que pueden
tener estas entidades es que carecen de estímulos comerciales y que con
frecuencia se eche de menos una concurrencia que fomente la mejora de las
respectivas actuaciones.

Dentro de la Unión Europea, en el Reino Unido, por ejemplo, se practica el
IVA cero para los productos diseñados específicamente con exclusividad para
las personas con ceguera o disminución visual grave. Los equipos más
costosos se venden a precios próximos a cero gracias a la intervención de
organismos públicos o privados de equiparación social. El servicio de
adaptación de puestos de trabajo y de estudio de la ONCE ha desempeñado y
continúa brindando una actuación cooperativa fundamental en la equiparación
de oportunidades. Los países escandinavos son los más generosos en ese tipo
de prestaciones, pues no se limitan a equipar a trabajadores y estudiantes
sino a cualquier persona con discapacidad visual, con independencia de su
edad o circunstancias laborales,  siempre que demuestre que necesita ese
tipo de instrumentación y va a poder utilizarlos con provecho.

En las circunstancias económicas que está atravesando la ONCE es
probablemente poco realista plantearse que los jubilados no estemos
excluídos de este tipo de beneficio.

Creo que salvo raras excepciones los aparatos tiflotécnicos no son más caros
para los afiliados a la ONCE que en cualquier país cuando se adquiera ese
material sin subvención de aquí o de allá. Estoy convencido de que en España
más temprano que tarde se acabará el monopolio que tiene la ONCE, a través
de su CIDAT,  y gradualmente iremos pasando al surgimiento de pequeñas
compañías con criterios comerciales pero que compitan positivamente entre
sí.

Un asunto como el de los equipamientos útiles ofrecidos en condiciones
satisfactorias para nosotros debe ser una prioridad personal e institucional
muy importante.

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